martes, 12 de octubre de 2010

“El malestar en la cultura”

 Es un ensayo publicado en 1930 por Sigmund Freud como continuación de “Tótem y Tabú” (1912) y “El porvenir de una ilusión” (1927).
¿Qué dice el texto?
El interés del texto queda fijado en investigar y trazar de la forma más aproximada posible la trayectoria evolutiva de la cultura. Partiendo del origen más primitivo de los pensamientos y sensaciones humanas el autor se desenvuelve en el plano interno con el fin de extraer definiciones, características y finalidades de las distintas culturas existentes que bien podrían ser una sola.
A lo largo de sus ocho capítulos el autor desenrolla una madeja que gradualmente nos permite la observación de la procedencia de nuestros instintos, su influencia en nuestra felicidad, en nuestro comportamiento con nosotros mismos y con los seres que nos rodean y la manera en que todo ello propone facilidades o adversidades a la integración en una masa colectiva o comunidad de la cual se pueda extraer el concepto de cultura.
Partes del texto
Podemos dividir el texto en capítulos en tanto el final de cada uno viene relacionado con el inicio del siguiente, quedándonos así ocho partes interrelacionadas, que bien podrían expresar:
· El yo y el ello (consciente e inconsciente)
· Búsqueda de la felicidad por el yo (métodos,
propuestas)
· La cultura como origen de todo
· Eros frente a Ananké (amor vs. Comunidad)
· El instinto de agresividad
· El instinto de destrucción. Antagonismo
· La aparición del super-yo, el sentimiento de
culpabilidad y el remordimiento.
Como se puede apreciar la última parte del texto está fusionada (cap. VII y VIII) en cuanto su contenido deja de estar interrelacionado para ser la misma cosa dispuesta en dos partes.
¿Qué se esconde bajo el título?
Cuando Freud hace referencia a un malestar en/hacia la cultura expresa la idea de que ésta lo que principalmente hace es reprimir instintos que nunca llegaran a olvidarse, y que pueden (gracias a unos concretos estímulos) volver a brotar debido a su permanente presencia en la vida psíquica del individuo. Al surgir de manera violenta se intenta reprimir la agresividad innata que posee el ser humano y esto, junto con toda una serie de restricciones de distinto ámbito que la cultura “impone” provoca una sensación de malestar u hostilidad frente a la cultura.
CAPÍTULO I
En el inicio del libro Freud nos introduce en los valores del hombre y en su justo reconocimiento en algunas personas, para de esta forma introducirnos en lo que una de esas personas excepcionales (Romain Rolland) llama un “sentimiento oceánico” como fuente y origen de la religiosidad. Éste se basaría en la unión entre nuestra conciencia y la totalidad del mundo exterior. Freud deja claro desde el primer momento que el solo aporta una supuesta explicación psicoanalítica acerca de dicho sentimiento.
Se parte de la obvia existencia del yo (consciente), de nosotros mismos, como algo evidente que escapa a la discusión y que en contra de todo lo que se pueda pensar tiene una prolongación aún mas adentro de nosotros sin límites definidos y a la cual sirve como pantalla: el ello(inconsciente). En contra del ello, el yo mantiene unos límites más o menos precisos (exceptuando el enamoramiento donde yo y tú afirman ser uno, y se comportan como tal).
De aquí enlazamos con el hecho de que ciertos
Aspectos del cuerpo, de la mente, todos ellos pertenecientes al yo son variables (están sujetos a cambios), así como sus límites con el mundo exterior. Como ejemplo, denotar el hecho que el niño cuando nace aún no distingue su yo del mundo exterior, pero paulatinamente discierne entre ambos marcando la frontera mediante estímulos entre aquello que le proporciona sensaciones placenteras y aquello que se las quita. Así tiende a disociar el yo de la fuente de dolor y displacer; a formar dos partes de una misma cosa: un yo-placiente y un no-yo. Sin embargo, parte de lo que ocasiona dolor es intrínseco del yo y al contrario, lo que proporciona placer puede pertenecer a lo que nos rodea y, en cualquier caso, el hombre aprende a diferenciar lo interior (el yo) de lo exterior (el mundo) con el fin de evitar sensaciones perjudiciales. Pero por esto cuando el yo se defiende frente a estímulos pertenecientes al mismo yo igual que frente al mundo exterior se dan ciertos trastornos.
Inicialmente el yo es todo, al separarse del mundo exterior se separa de una parte emanada por el mismo. Lo que ahora entendemos por yo no es más que lo que queda de la unión existente entre el yo y el mundo exterior. Queda plantear la cuestión de si podemos admitir que ambos elementos aún hoy sobreviven juntos en ciertos seres humanos. En el terreno psíquico es frecuente la permanencia de lo evolucionado (el mundo exterior) junto a lo primitivo (el yo que dio lugar al mundo exterior).
De esta forma nos encontramos una conciencia primitiva de unidad entre el consciente y el inconsciente, pero rota, perdida. No obstante, chocamos con la concepción de que en la vida psíquica nada desaparece para siempre, todo se conserva y aparece o no en función de las circunstancias (aquí mediante el ejemplo de la ciudad de Roma se nos explica como se van superponiendo los “edificios” unos a otros, y sin embargo todo permanece, depende del estímulo que vuelvan o no a la luz).
Bien es cierto que también se depende de que todo (edificios o instintos) haya quedado en buenas condiciones.
Freud se aproxima más a la realidad tan sólo aproximando la idea de que “es posible” que lo pasado no esté obligatoriamente condenado al olvido. Finalmente, podríamos reducir aquel “sentimiento oceánico” a una edad temprana del yo (en la que sí había unidad). Freud propone la figura y el amparo paterno como la mayor necesidad infantil ante el destino, irrefutable desde un inicio, y con esa postura ya pasa a una segunda posición el “sentimiento oceánico” que tendería a otras cosas (partiendo de la base de que algo es importante cuando es realmente necesitado).
Por último Freud asegura dicho sentimiento un buen intento de expresar la unidad humana con el Todo, como otra manera de explorar el mundo exterior que se presenta arriesgado y sin embargo, admite la dificultad de resolver la cuestión.
CAPÍTULO II
Este capítulo comienza con una crítica de Freud hacia lo que nosotros actualmente conocemos como religión: a un sistema explicativo acerca de las cuestiones más profundas del ser humano que asegura una Providencia que le asistirá más allá de las restricciones que tenga en la Tierra, todo ello representado por la figura omnipotente de un padre. Según el autor es infantil e irreal la idea de elevar a los seres humanos hasta tal concepción de la vida, asi como la exhortación de cultas mentes pasadas en cuanto reemplazaron a dicho Dios. Al tiempo se nos muestra una poesía de Helas que enfrenta religión, ciencia y arte como elementos representables e intercambiables los unos por los otros.
Los sufrimientos a los que nos expone la vida nos llevan a buscar distintas salidas para evitarlos o aliviarlos: distracciones y sustitutivos que reduzcan nuestra miseria y narcóticos que nos hagan indiferentes a ella. Una de esas tres opciones nos es esencial.
La búsqueda de la felicidad nos lleva a plantearnos el objeto de la vida humana y sin embargo, puede que la razón de ser de esta pregunta emane de la misma vanidad antropocéntrica que nos domina. No somos capaces de entender las cosas sin relacionar sus influencias sobre nosotros. De esto el autor extrae la finalidad religiosa de dicha cuestión.
Los que buscan la felicidad quieren encontrarla y permanecer en ella, pero esto tiene dos caras: la positiva, sensaciones placenteras, y la negativa, evitar dolor y displacer. La felicidad como objetivo final la fija el principio del placer, no realizable porque todo se opone a él y que llama felicidad a la satisfacción que nos provoca ver cubiertas necesidades acumuladas, es decir, como algo parcial. De hecho Freud bien expresa que algo muy anhelado con el paso del tiempo solo produce un suave bienestar, ha perdido intensidad. Nos regocijamos en el contraste, no en lo constante. Así, el autor advierte la llegada del sufrimiento por tres frentes: del cuerpo, condenado a perecer, del mundo exterior, capaz de atacarnos con crueldad y, sobre todo, de las relaciones con otras personas.
Ante tal panorama, el hombre baja sus pretensiones para alcanzar la felicidad y el principio del placer cambia. Ya no es de extrañar que evitar el sufrimiento sea prioritario a alcanzar la felicidad. Por ello, los procedimientos para lograr la felicidad pueden pasar por buscar el placer (olvidando la prudencia y con sus consecuencias) o por evitar el sufrimiento. Dentro de estos últimos ya depende de qué es lo que estiman como mayor fuente de displacer. Pasando por el aislamiento, el ataque a la Naturaleza, etc. Freud alude al sufrimiento como una sensación que existe en función de nuestro organismo. Para Freud, el responsable de la reducción de dichas pretensiones es la cultura, que nos “obliga” a reprimir nuestros instintos y que nos roba nuestro objetivo primordial.
La intoxicación es mencionada como el método más efectivo, para hacernos inmunes temporalmente a ciertos estímulos desagradables y al tiempo regalarnos sensaciones placenteras (estupefacientes).
La satisfacción de nuestros instintos, dado que conlleva felicidad, llega a ser causa de mucho sufrimiento cuando se nos priva de ella, se nos impide satisfacer necesidades. Sin embargo, la insatisfacción de instintos que somos capaces de domar conlleva menos dolor que la de los no inhibidos. Alternativamente, la satisfacción de arrebatos provoca mucho más placer que los instintos dominados.
Según Freud, otro método para evitar sufrimiento consistiría en redireccionar los objetivos de nuestros instintos para esquivar la frustración del mundo exterior. Es decir, buscar sustitutivos a nuestros instintos por ejemplo en el arte, el cine, etc. Pero no podemos olvidar que no todo el mundo tiene las capacidades suficientes como para ello y que, aún teniéndolas, no constituye una armadura infranqueable, en cuanto la mayoría de los seres sólo trabajan por necesidad y de aquí se derivan muchos problemas sociales.
Otro mecanismo sería el de buscar ilusiones reconocidas como tales, pero que cuya interacción con el mundo real no impida su disfrute. Se trata de buscar distracciones fuertes en el terreno de la imaginación. Sin embargo, esta ligera narcosis no es más que un hogar fugaz y sin suficiente poder.
Otro procedimiento ve en la realidad al más poderoso enemigo y por ello hay que romper toda relación con ella. Dentro de este procedimiento caben posibilidades individuales, colectivas (religiones, por ejemplo), rebeldías, etc.
A pesar de que Freud no considera completa esa “enumeración” de métodos en busca de la felicidad aún queda uno más: el arte de vivir. El fin sigue siendo un destino independiente, y para ello traslada el proceso a su interior pero sin alejarse del mundo exterior y hallando la felicidad en las vinculaciones afectivas con los objetos. De esta forma se concentra en el cumplimiento positivo de la felicidad, apartando conceptos negativos. Es esa orientación vital que gira en torno al amor, que da el placer más intenso pero que nos pondrá más que nunca a merced del sufrimiento en ciertas ocasiones. Sin embargo esta técnica tiene más aspectos: la belleza, que aún sin ser útil ni cultural en sentido estricto alivia muchos displaceres y nos protege.


Conclusiones:
Alcanzar la felicidad es algo imposible, pero no por ello podemos dejar de lado nuestro esfuerzo por hacerla real. El individuo ha de saber adaptarse a su economía en cada situación junto con el resto de los factores, y también depende de su fuerza para modificar el mundo exterior según sus anhelos.
Ya queda de manifiesto la importancia psíquica en el individuo para imponer su visión en el mundo, y aquellos que no sean capaces de vivir entre las limitaciones que nos impone el mundo y el inconsciente serán los neuróticos.
La religión viene a modificar este “juego” y a imponer su camino hacia la felicidad, obligando al hombre a un infantilismo y delirio colectivo que no alcanza más que evitar algún que otro neurótico.
Hay muchos caminos para la felicidad, pero ninguno la asegura con suficiente certeza.
CAPÍTULO III
Este capítulo comienza haciendo un breve recordatorio a las tres fuentes del sufrimiento humano según Freud: el dominio de la Naturaleza, nuestro cuerpo perecedero y nuestra incapacidad de regular nuestras relaciones (familia, Estado y sociedad). A pesar de que las dos primeras son irrefutables a nuestra opinión se nos escapa a la comprensión el porqué del fracaso de nuestras instituciones y organizaciones en lo que se refiere a bienestar. Tal vez aquí también hallemos algo de nuestra constitución psíquica.
El autor nos sorprende con la idea de que con unas condiciones más parecidas a las de antaño nuestra miseria no sería tal cual es con la actual cultura. ¿Dónde está el por qué de esta hostilidad? Tenemos tres puntos de partida:
· El cristianismo, que siempre abandona la vida terrenal a favor de la vida sobreterrenal.
· El descubrimiento de pueblos primitivos que vivían sin cultura y se creían felices, únicamente obedeciendo a la Naturaleza y sus necesidades más básicas.
· Cuando descubrimos que la causa de la neurosis procede del rechazo a lo cultural, queremos huir de la cultura. Hemos de tener en cuenta que hay personas que sufren más que otras las restricciones de la cultura.
A pesar del enorme avance tecnológico que el hombre experimenta, ello no le lleva a ser más feliz, incluso cuando con este avance ha podido interpretar a la perfección muchos aspectos de la Naturaleza (una de las fuentes de sufrimiento).
Precisamente por esto nos resulta dificil discernir si los hombres pasados eran más felices o no que los actuales, así como la parte que en ello tenía el componente cultural. En cualquier caso el concepto de felicidad nunca deja de ser enormemente subjetivo.


Definición de Cultura
Hablaremos de cultura como la suma de producciones e instituciones que nos aleja de nuestros antecesores animales (la Naturaleza) y que atiende a dos fines: proteger al hombre contra la Naturaleza y regular las relaciones humanas.
Comenzamos por el hecho de que nosotros vemos como cultural todo aquello que nos es útil, ya sea bienes o actividades (como ejemplo el fuego, ...). Todos los bienes son un elemento cultural, y ayudan al hombre a acercarse más a su ideal de omnipotencia: el Dios (en la medida de que un ideal humano nunca llega a ser del todo). De esta manera, reconocemos el nivel cultural de un país como muy alto cuando todo está preparado para su mayor utilidad.
No obstante, tenemos aún otros objetivos frente a la cultura. Así, centramos como algo cultural cosas que carecen de la menor utilidad a simple vista: la belleza. Sin embargo, una vez se le pide al hombre la aplique y respete en todo lo que le rodea, se espera además de la cultura orden y limpieza.
Tomando como punto de partida la Naturaleza,
Analizamos dos aspectos muy diferentes, la limpieza que no se le exige y cuya ausencia parece incompatible con nuestra cultura y cuerpo, así como el orden copiado a la Naturaleza, actuando de organizador de tiempo, lugar y modo para ahorrar dudas e indecisiones en nuestros actos. Como inversa, este orden que pudiera evitar pérdidas de energía y demás es en el hombre irregular y espontáneo, al tiempo que descuidado. De cualquier manera, no ocupan estos tres aspectos un papel esencial en el rol cultural, aunque no llegan a ser meros accesorios.
Freud, basándose en la dirección que concede la vida humana a las ideas, sitúa a los sistemas religiosos como elemento esencial de dichas ideas. Este elemento se rodea de especulaciones y finalmente de “construcciones ideales” del hombre. El hecho de su interrelación dificulta su estudio y hace proponer una hipótesis al autor en la que el fin último de la actividad humana son el provecho y el placer, que habría de ser aplicable a estas manifestaciones. Teniendo en cuenta la distinta variedad de seres humanos y la subjetividad del tema, es deber reconocer su presencia como símbolo cultural.
Como último rasgo definitorio de cultura encontramos las distintas relaciones que se establecen entre individuos, relaciones sociales de objetos sexuales, colaboradores, etc. A Freud se le antoja difícil discernir qué es lo cultural en dichas relaciones, así como mantenerse a parte de cierto idealismo. La arbitrariedad de la situación hace que la vida humana colectiva sea sólo posible cuando existe una mayoría unida y más poderosa que el individuo. El paso de poder individual a colectivo es la transición definitiva hacia la cultura, gracias a la restricción de las posibilidades de satisfacción que se lleva a cabo en el colectivo.
Por todo esto, el primer valor cultural es la justicia, como seguro para que el orden no se corrompa a favor del individuo. El objetivo último de este elemento es plantear un derecho creado por todos y que incluye a todos.
La libertad del individuo no es un bien cultural puesto que ya existía, pero éste no era capaz de defenderla. El desarrollo impone restricciones y la justicia obliga su cumplimiento. Una agitación frente a la libertad puede tratarse tanto de una injusticia como de una hostilidad contra la cultura. Gran parte de un equilibrio en la Humanidad se basa en la relación entre estas reivindicaciones individuales y colectivas.
La evolución de la cultura es un proceso que toma lugar en los seres humanos y que puede caracterizarse por su influencia en la disposición de nuestros instintos cuya satisfacción es la finalidad económica de la vida. La analogía entre la cultura y la evolución de la libido del individuo se nos obvia en tanto en cuanto el orden y la limpieza no representan nada placentero ni útil, pero sí esencial.
Otros instintos se ven forzados a redireccionarse en busca de la satisfacción, coincidiendo frecuentemente con la sublimación de sus fines. Gracias a ésta las actividades psíquicas llegan a tener un papel importante.
Junto a la “consumición de los instintos” y la sublimación reside un tercer mecanismo basado en la disposición de la cultura sobre instintos insatisfechos. La frustración cultural rige las relaciones humanas y es clave en la hostilidad frente a la cultura. Lo complicado reside en comprender cómo el instinto se puede “robar” a su satisfacción.
De cualquier manera, para establecer el concepto del progreso cultural debemos preguntarnos a qué debe su origen, el cómo y el qué definió su desarrollo.
CAPÍTULO IV
A lo largo del capítulo el autor trata la última cuestión mencionada en el anterior capítulo: la evolución de la cultura.
Ante la posibilidad que se le plantea el hombre de cambiar el mundo los seres que le rodean adquieren el significado de colaboradores útiles para su comunidad.
En un principio podemos suponer que la familia aparece como el cumplimiento de una necesidad genital, con un carácter permanente. Así, el macho conservó a su lado a la hembra (como objeto sexual) y ésta por su parte permanece junto a su prole. No obstante en dicha familia es ausente un elemento cultural, puesto que la autoridad paterna es inexpugnable.
Como el autor menciona en Tótem y tabú los hijos descubren que una asociación es más fuerte que un individual (el padre) y luego hubieron de imponerse limitaciones entre los hermanos para llevar a cabo ese nuevo sistema (primer Derecho, primera ley). De esta forma la vida adquiere un doble filo: la obligación del trabajo y el poderío del amor, que impedía al hombre prescindir de su mujer (y a ésta de su hijo).
Freud comunica que la cultura surge de la lucha contra nuestros instintos; entre Eros (amor) y Ananké (la necesidad). Su primera finalidad sería la de facilitar la vida en común (dada su condición de poderosas instancias no tenían cabida los problemas en esto, pero...).
Antes de analizar los posibles problemas de dicha vida en común, el autor cae en el amor como esencial en la cultura. Expone que la dependencia del amor genital o sexual (que lleva a seguir buscando la satisfacción en el mismo plano) conlleva un gran problema en cuanto no hay coraza frente al sufrimiento que el abandono del objeto supone.
Pero como en todo, existen excepciones que logran la felicidad a través del amor llevando a cabo innumerables cambios psíquicos para defenderse frente a la pérdida del objeto, dirigiendo su amor a todos los seres en lugar de a objetos concretos. Transforma el instinto en un impulso coartado en su fin (palabras textuales de Freud).
Quizás San Francisco de Asís fue quién más lejos llego en el uso de esta técnica unida en ocasiones con la religión, donde deja de diferenciarse el yo de los objetos y estos entre sí.
Sin embargo, encontramos objeciones a esa técnica: un amor repartido comete una injusticia frente al objeto amado, luego no todos merecen ser amados.
El impulso que constituyó la familia sigue influenciando la cultura, en su forma primitiva y como un cariño coartado. En ambos casos trata de unir a un cada vez mayor número de seres con mayor intensidad que el trabajo, y establecen nuevas relaciones con entes hasta ahora extraños.
Dicho amor coartado tiene su origen en el amor sexual y sigue manteniéndolo ahí en el ello. Sin embargo, el amor se opone a la cultura y ésta le plantea restricciones al primero. No es fácil distinguir el motivo de la discusión:
1) Un conflicto entre la familia y la comunidad social, en tanto esta
última tiende a “robar” a la figura paterna de su familia, que por
el contrario tiende a aislar el individuo de empresas más vastas.
2) La oposición de las mujeres a la cultura, ya que representan los
intereses de la familia y la vida sexual. La obra cultural en
cambio se centra cada vez más en el masculino, obligándole a
cumplir más tareas y con ello a la distribución de su libido,
dejando en un segundo término la mujer y la vida sexual. Por
esto la mujer se muestra hostil ante la cultura.
Igual que la limitación de la vida sexual se nos presenta la ampliación del ámbito de acción. El tabú, la ley y las costumbres han de restringir tanto al hombre como a la mujer. (Partimos del totemismo que prohibió la elección de un objeto incestuoso).
No todas las culturas progresan igual, pero si se ven necesitadas de sustraer al individuo energía psíquica de su sexualidad (como una forma de explotación cualquiera). El temor a la sublevación lleva a tomar medidas más duras, como el aprendizaje temprano de contención de los anhelos sexuales en el individuo para acostumbrar al mismo individuo adulto a dicha contención. Pero claro, la imposición de un ideal para todos pasa por alto la capacidad sexual del individuo para discernir en dicha imposición, privándolos a la mayoría del goce sexual.
Así, la cultura da a entender que se ven las relaciones sexuales como un mero instrumento de reproducción y como una unión única entre hombre y mujer. Cierto es que sólo los más débiles han acatado esta restricción mientras los màs fuertes la aceptaron con condiciones. La sociedad ha tenido que dejar pasar muchas agresiones que según sus estatutos debían haber perseguido, pero no podemos dejarnos llevar por una corriente contraria, creyendo que dicho comportamiento no es peligroso ya que no logra todos sus objetivos.
Freud expresa un conflicto porque el amor es siempre individual y la comunidad no lo es, y por ello el amor consiste en elevar a alguien de la comunidad.
CAPÍTULO V
Los neuróticos son aquellos que peor soportan las frustraciones sexuales que mencionamos antes, al buscar sustitutos para estas que luego les deparan sufrimiento.
Al colocar el progreso cultural como dependiente de la libido, que va y viene, lo hemos situado como un trastorno general. Pero la cultura significa relación con un cada vez mayor número de personas, y una relación amorosa no presenta interés alguno por el mundo exterior. Podríamos pensar en una cultura formada por parejas que, satisfecha su sexualidad, quedan unidas por un vínculo laboral o de intereses, pero esto nunca ha ocurrido. La cultura necesita de más vínculos, identificaciones entre los individuos a través de la libido de fin inhibido. Ello exige una oposición y restricción a la vida sexual, pero se desconoce el motivo.
En la línea mostrada al final del capítulo IV, la idea de amar al colectivo surge como un derroche de amor, algo que es visto como la pérdida de algo precioso y al tiempo que sacrificios, por lo que su entrega no puede ser aleatoria, ha de ser merecida. Pudiendo llegar a ser injusto, puesto que el amor se supone como una muestra de preferencia hacia las personas cercanas. En cualquier caso, si tuviera que repartir mi amor a todos los elementos del mundo, habría de dar una parte ínfima a cada uno.
Además, Freud se plantea el amor al prójimo como lo hacemos todos, es decir, preferimos amar al prójimo tal y como el prójimo nos ame a nosotros, para así no derrochar amor en personas que no lo merecen. Pero como ocurre con muchas sentencias pasadas, es simplemente mejor creerlas, porque sí.
Con esto el autor nos sitúa en los rasgos “buenos” y “malos” que el ser humano posee, un ser entre cuyos instintos se encuentra una buena parte de agresividad. Por ello el prójimo deja de ser tan sólo un objeto de amor para serlo también de satisfacción agresiva. Como prueba el hecho de que el hombre en su estado más primitivo (y por tanto el original) era bastante agresivo, y con el suficiente estímulo sigue siéndolo.
La presencia de dicha agresividad incordia nuestras relaciones sociales, porque la razón se ve superada por los instintos en la cultura. Ésta última tiende por ello a limitar sus manifestaciones, pero no alcanza a las declaraciones más sutiles de agresividad. La lucha y la competencia en la sociedad son esenciales, pero sirven de excusa a la hostilidad.
*Con respecto a ello, los comunistas piensan que el problema es que la propiedad privada corrompe la Naturaleza, es decir, haciendo colectivo todo y cubrir todas las necesidades de cada persona, se eliminaría la hostilidad. Claro es que la propiedad no es la base de la agresividad, puesto que esta ya se manifiesta cuando aún se es infante. Además, con esa libertad nacerían problemas de índole sexual respecto a la privacidad de relaciones sexuales y probablemente se eliminaría la familia, semilla de la cultura. Lo único que sacamos en claro es el trabajo que al hombre le cuesta deshacerse de esa agresividad.
Freud explica también que dicho instinto se reduce siempre y cuando aparte de un grupo de personas más afectivo, el hombre encuentre otro grupo con el que desahogar su instinto (así surge el narcisismo de las pequeñas diferencias entre países colindantes). Al suponer la ausencia de agresividad para el hombre otra restricción, la hostilidad frente a la cultura aumenta, puesto que se opone a su satisfacción.
Por último, reseñar el hecho de que si bien el hombre primitivo no tenía este tipo de limitaciones sí se le presentaban otras que pudieran ser aún más fuertes, y que no todos tenían las mismas posibilidades. Es posible que poco a poco cambiemos nuestra cultura de acuerdo con nuestras pretensiones, pero sin dejar de lado las dificultades inherentes a ella.
CAPÍTULO VI
Partimos aquí de una comparación de Schiller donde el hambre constituye los instintos del individuo y el amor, que tiende hacia los objetos para conservar la especie. Con ello quedan opuestos los instintos del yo y los de los objetos. Freud designó la energía de los últimos como “libido”, quedando instintos libidinales frente a los del yo. Uno de los objétales, el sádico, mantenía enorme relación con el yo, pero se entiende ya que forma parte de la vida sexual del individuo. Así, la neurosis venía a ser la lucha entre el yo y las exigencias de la libido.
Al llegar al paso de los instintos objétales al yo tocamos el narcisismo y con ello volvemos al punto de partida inicial, según el cual el yo también tiene la esencia de la libido puesto que en un principio fue su origen hasta que se orientó hacia los objetos (libido objetal), aunque puede volver al yo (libido narcisista). Dado que el yo pasa a ser con esto libidinal, hemos de ver la libido como gran fuente de energía (esto no satisface a Freud que no cree la procedencia común de todos los instintos).
Más adelante el autor deduce que un instinto ha de tener su antagónico, más o menos apreciable. Así, el Eros se encontraría con un instinto de muerte o de destrucción (cuya manifestación al exterior sería la agresividad, y hacia el interior la autodestrucción). Los fenómenos vitales podrían explicarse como la interacción de antagónicos, pese a lo complicado de su creencia (muchos prefieren pensar en la propia bipolaridad del amor). Con esto Freud pretende concienciar de la presencia del mal como algo que siempre estuvo presente.
Podemos seguir usando libido para distinguir en el Eros al instinto de muerte, al que sólo vemos como un residuo del conjunto del Eros. Es en el sadismo dónde lo vemos más diáfano dada su exposición al exterior. Incluso sin fines sexuales es narcisista dicho instinto, en cuanto dirigido hacia los objetos satisface al yo su pretendida omnipotencia.
Mantendremos entonces la idea de que la agresividad es innata en el ser humano y de que constituye una fuerte oposición a la cultura. Las masas humanas han de ser unidas en busca de una cultura, pero libidinalmente, no mediante trabajo ni necesidad forzados por la misma cultura (pero aquí también se opone la agresión de “uno contra todos”).
Así, concluimos en que el progreso cultural ha de mostrarnos la lucha entre Eros y muerte, entre vida y destrucción, la que los humanos poseen.
CAPÍTULO VII
¿A qué apela la cultura para defenderse de dicha agresión que lleva conectada?
La agresión es devuelta hacia el interior, contra el propio yo, agregándose a una parte y formando el super-yo. La tensión entre ambos que se opone a lo restante y que es la conciencia. Esta parte lucha contra el yo igual que éste lo hace contra extraños, creando el sentimiento de culpabilidad y la necesidad de castigo.
La cultura así domina la agresividad del individuo manteniéndolo vigilado en su interior.
La expresión de este sentimiento es fácil: uno se siente culpable cuando ha hecho algo que se considera “malo”. Bien es cierto también que para ello hemos de distinguir qué es lo bueno de lo malo y dónde está el por qué de condenar lo malo (puesto que a veces lo malo es lo más apetecido por el yo). Dada la naturaleza del hombre, lo malo o lo que más teme es perder su amor, porque ello le deja al descubierto de sufrimiento, dolor y un posible castigo por parte de su prójimo (autoridad). Por esto no ha de preocuparnos si hemos hecho mal o no, sólo si nos descubren.
A este estado lo llamamos “mala conciencia”, algo más que miedo a perder el amor, una angustia. Esto se mantiene en niños y adultos (aunque estos se permitan hacer el mal siempre bajo un seguro).
El cambio más profundo llega cuando la autoridad se establece en el super-yo, puesto que nada escapa a él. En un principio no tiene motivos para castigar al yo, pero en cambio lo tortura con la angustia y espera brotar para que el mundo exterior también lo castigue.
La conciencia moral es más fuerte cuanto más lo es el hombre, pero por ello al final los más puritanos son los que más tienden al “pecado”. Esto tiene su fundamento en el hecho de que siempre lo más restringido llama más nuestra atención.
También destacar el hecho de que la adversidad o la fortuna influyen en nuestra conciencia, elevándola en el fracaso y reduciéndola en el triunfo. Esto se basa en que desde pequeños el destino se nos presenta como autoridad paterna, nuestro fracaso representa la ausencia de su afecto y viceversa. Al ver el destino como algo divino nuestra conciencia varía según la circunstancia.
Tenemos por ello dos orígenes de culpabilidad: miedo a la autoridad y el temor al super-yo.
El primero limita nuestros instintos y el segundo nos “castiga”. De esta forma vemos la relación entre renunciar a los instintos y sentirnos culpables. Cuando renunciamos a nuestros instintos lo hacemos por miedo a la autoridad, pero con el super-yo no es lo mismo, puesto que el deseo persiste y no se lo podemos ocultar. La culpabilidad permanecerá. Hemos cambiado el peligro exterior que nos amenazaba por una tristeza interior constante.
Podríamos organizarlo en pasos:
· Renunciamos a los instintos por miedo a la autoridad exterior
· Llega la autoridad interior
· Renunciamos otra vez ahora por miedo a la conciencia moral
· Aparecen la culpabilidad y el castigo
Si bien al principio es la moral la que nos hace renunciar, luego estas renuncias inducen una moral más severa y se va formando un ciclo entre renuncias y conciencia.
Cabe mencionar que cada parte de agresión que olvidamos se incorpora al super-yo, que se vuelve más agresivo frente al yo (Ej: el niño ve su agresión incrementada ante la negativa a hacer tal o cual cosa). La relación entre el yo y el super-yo es la vuelta de algo que en principio era uno y luego se exteriorizó. Así, la primera restricción del super-yo equivale a nuestra agresión al objeto.
Podríamos concluir que la rigurosidad con que se educa al niño determina una mayor o menor influencia en el super-yo infantil, al tiempo que también afecta todo el entorno.
Vemos que el niño reacciona agresivamente a sus primeras limitaciones desde su super-yo respondiendo a la agresividad que ya en su día demostró la autoridad paterna.
Por otro lado tenemos que niños educados muy suavemente pueden llegar a tener conciencias muy duras.
Si partiéramos del complejo de Edipo, veríamos que la agresión no fue reprimida, sino ejecutada (la misma agresividad que coartada origina la culpabilidad, es ahora la que provoca culpabilidad en otra forma). ¿Quiere decir eso que de cualquier manera nos sentiremos culpables? Tal vez.
Ante la dificultad de responder, hemos de aclarar que a la culpabilidad que surge de un acto la llamamos remordimiento. Claro que presuponemos que antes del acto ya había una conciencia que luego origine esa culpabilidad. Suele ocurrir que un instinto se hace suficientemente poderoso como para imponerse a la conciencia cuando se dan esas situaciones (una vez satisfecho el instinto vuelve a su posición original).
Este remordimiento también procede de dicho complejo de Edipo, en cuanto hubieron satisfecho su instinto (de odio) este volvió a la normalidad y afloró el amor por su padre, así como la culpabilidad. Esto se mantendría a lo largo de la historia.
Así sacamos dos cosas: la influencia del amor en la conciencia y el carácter negativo de la culpabilidad. Tanto si matamos al padre como si no nos sentiremos culpables, dada la ambigüedad entre el Eros y el instinto de destrucción.
Este sentimiento aumentará al mismo tiempo que la comunidad del hombre, manifestándose en el complejo de Edipo en la familia y en masas mayores como nexo de unión cada vez más acentuado entre los hombres. Si cultura es sinónimo de transición entre familia y Humanidad, conlleva sin remedio un ensalzamiento de la culpabilidad.
CAPÍTULO VIII
En este último capítulo Freud señala el sentimiento de culpabilidad como el problema más importante de la evolución cultural. El precio pagado por el progreso es la pérdida de felicidad y el aumento de dicho sentimiento de culpa.
Así, el autor define finalmente algunos términos:
Super-yo! Instancia psíquica inferida por nosotros
Conciencia ! Una de las funciones que le atribuimos al super-yo
(actividad censora)
Sentimiento de culpa ! Rigor de la conciencia
Este último término existe antes que los dos primeros, conllevando una necesidad de castigo y una manifestación instintiva del yo que se torna masoquista bajo la influencia del yo-sádico.
Además producto directo de la dialéctica entre la necesidad de amor paternal y la satisfacción de los instintos, provocando una inhibición que desemboca en agresividad.
Por otra parte volvemos al remordimiento, como una reacción del yo en un caso especial del sentimiento antes mencionado (necesidad de castigo). Por tanto puede ser anterior a la conciencia moral. Luego Freud nos propone una hipótesis provisional:
· Desde la literatura analítica, toda satisfacción instintual defraudada provoca un aumento de la culpabilidad. Él propone aplicarla sólo a los instintos agresivos.
Según esto, la neurosis no serían más que satisfacciones sustitutivas de deseos sexuales no realizados. Su estudio es declarado interesante por el autor, partiendo de que el impulso instintual supone represión, observamos:
·         elementos libidinales (que serán los síntomas)
·         componentes agresivos (sentimiento de culpa)
La lucha que ya comentamos entre el Eros y la muerte la aplica a:
· El proceso cultural
· La evolución del individuo
· El secreto de la vida orgánica
Al mismo tiempo, hace una relación analógica o paralela entre el super-yo individual y el colectivo, que tienen objetivos similares: la inclusión del individuo en la masa humana y la creación de una unidad colectiva a partir de individuos. No obstante, hay diferencias entre ambos:
*La evolución del individuo tiene como fin principal el principio del placer (felicidad), donde la inclusión en una comunidad es requisito para conseguirla. Esta evolución se presenta como producto de la dualidad entre egoismo (deseo de felicidad) y altruísmo (deseo de unirse a los demás).
*En el colectivo la felicidad individual pasa a segundo plano. Por esto ambos sólo coinciden en la medida en que el primero tenga por fin adaptarse a la comunidad.
Luego Freud reflexiona sobre la Ética como “normas que se refieren a las relaciones de los seres humanos entre sí”, pero que tropieza con la tendencia de los hombres a agredirse mutuamente (a pesar del “amarás al prójimo como a ti mismo”).
Muchas veces nos vemos forzados a reprimir el super-yo, esforzándonos en bajar sus pretensiones. También el super-yo cultural se pasa en sus pretensiones, puesto que algunos conceptos no pueden cumplirlos ni las personas normales. Si se obliga demasiado al individuo bien se provoca una neurosis bien infelicidad.
“La Ética basada en la religión nos promete un más allá mejor pero predicará en desierto mientras la virtud no rinda sus frutos ya en esta tierra”.
Al tiempo Freud descalifica la acción de los socialistas, buscando una solución en el reparto de bienes sin gran éxito.
Por último nos expone el hecho de que si un individuo experimenta neurosis, y las masas están constituidas por individuos, éstas también pueden experimentarlas ante la presión de los ambientes culturales. Su estudio podría ser muy útil para elaborar planes para la solución del problema, pero aún así habríamos de afrontar dos más:
  En el individuo podemos escoger un modelo como patrón, pero ¿de dónde sacamos otra comunidad para hacerla modelo?
  ¿Quién sería capaz de aplicar la solución a la masa?
A su juicio el destino humano estará dividido por la forma en que se haga frente a las perturbaciones de la vida colectiva surgidas de la agresión y la autodestrucción. Deja Freud una interrogante:
¿HACIA DÓNDE IREMOS?
  IDEA FUNDAMENTAL DEL LIBRO
Podemos encontrar la idea principal del libro en el capítulo tercero, en el cual Freud designa la cultura como “la suma de las producciones e instituciones que distancian nuestra vida de la de nuestros antecesores animales y que sirven a dos fines: proteger al hombre contra la Naturaleza y regular las relaciones de los hombres entre sí”.
En torno a esta idea podemos ir centrando la coherencia del libro, puesto que conceptos muy repetidos a lo largo del texto son el inalcanzable dominio de la Naturaleza por parte del hombre (y como la técnica, el conocimiento y el progreso van enfocados en muchos casos a ello) y sobre todo, la influencia que tiene todo lo que hacemos, creamos y modificamos en las relaciones que mantenemos los unos con los otros, ya sea a nivel afectivo de pareja/amistad o a nivel colectivo de masas.
Todo esto, partiendo del conocimiento de lo primitivo lleva a un intenso estudio de la evolución de la cultura, como elemento imprescindible en el concepto biológico evolutivo del ser humano. Freud es capaz a lo largo de estos capítulos de acercarse al aspecto más rústico de nuestra mente logrando luego unir pieza a pieza el complejo rompecabezas de la evolución.
  VALORACIÓN CRÍTICA Y SUBJETIVA
Desde mi punto de vista lo más fascinante del libro es la forma que tiene Freud de exponer las cosas, es decir, salvando las distancias entre si me gusta o no lo que dice, la manera de expresar sus ideas es tan clara y diáfana que lo que más me llama la atención es que aún así el texto, por su complejidad, se vuelva en algunos tramos más que denso.
El autor primero te plantea una hipótesis o teoría, bien suya o ajena, y luego te presenta a todas las piezas que forman parte de ella, para poco a poco introducirte en el funcionamiento como conjunto de dichos elementos.
Ya referente al contenido, no sabría por dónde empezar. Las ideas religiosas a las que aduce Freud dejan entrever claramente su agnosticismo más allá de ninguna duda, comprendiendo la religión como un delirio colectivo que únicamente trata de imponer al hombre una cierta ideología que le aparte de sus instintos ancestrales. Yo no comparto esa idea, pero me reitero en la calidad de la expresión del autor.
En lo que a la mente se refiere, es indudable que su facilidad de palabra nos facilita la introducción en el psicoanálisis (yo que no sabia nada acerca de éste), situándonos en el consciente, el inconsciente y en una unidad que nos muestra el origen de todo: una sola cosa. A este punto el autor no ceja de aferrarse repetidamente. Su valoración de los instintos es intrigante en cuanto deja al descubierto cosas tan evidentes como la agresividad (Freud repite además que no para de expresar cosas que todos conocemos, y lo inútil de ello). Ya no es en sí lo que dice, es decir, lo que explica es cotidiano, pero tan cotidiano que uno a lo largo de su vida no se plantea el por qué de ciertas cosas, comportamientos, relaciones, culturas (por ejemplo ¿por qué necesitamos varias culturas cuando todos somos semejantes?) e incluso frases de la Biblia tan obvias y repetidas que se nos hace indudable su valor como sentencias.
Llegados a este punto me gustaría mencionar la enorme utilidad de los diversos planteamientos que el autor propone y desarrolla en su ensayo, a la hora de conocernos mejor a nosotros. Por ejemplo, ¿quién se plantea después de cabrearse el por qué de su agresividad, el origen de ésta? Si, es verdad que un ruido, un gesto puedan serlo pero... ¿dónde se encuentra esa verdadera fuente de enfado dentro de nosotros? ¿en qué instintos sin reprimir reside?
Y como sucede con esa agresividad ocurre con el amor, con la visión de la sociedad, con la amplitud de la cultura (si realmente llegamos un día a saber con precisión qué es cultura) y con una serie de objetivos más que nos rodean todos los días y que sin embargo pasan ante nuestros ojos como seres inertes de una película que nosotros protagonizamos y en la que el director es nuestro interior y los extras nuestro prójimo

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